6 claves sobre la tormenta turística
que vive Barcelona
Los brotes de turismofobia, aunque
minoritarios, constatan que la ciudad no logra domar el turismo
Tras frenar el crecimiento de camas,
la gestión del incivismo y de la descentralización siguen pendientes
Patricia Castán / Barcelona
jueves, 03/08/2017 | Actualizado el 05/08/2017 a las 21:32
CEST
Hay veces que es peligroso pedir un deseo y que se cumpla.
Sucedió cuando la Barcelona postolímpica quiso sacar rédito de sus nuevas infraestructuras
y popularidad mundial para convertirse en destino de referencia. El saldo son
unos 30 millones de visitantes anuales que están poniendo a prueba la capacidad
de la ciudad para digerirlos en un verano especialmente caliente. Porque la
ciudad sigue cabalgando hacia nuevos récords este verano por pura inercia. No
hay campañas buscando viajeros a destajo (solo se cultivan explícitamente los
segmentos de interés), pero estos crecen (en menor porcentaje que en Catalunya
o España), dando paso a peligrosos brotes de turismofobia local. Otro deseo
peligroso que podría acabar mal si todo el turismo (también el bueno) se marcha
a su casa como le piden en las pintadas: “Tourist go home”.
1- ¿QUÉ PASA ESTE AÑO?
En el 2016 el aumento oficial de turistas fue del 5,6%,
medido sobre la cifra de turistas alojados en hoteles (9,06 millones). Casi
otros tantos eligieron pisos turísticos y otros tipos de alojamiento. La ciudad
es un destino de moda por el archiconocido mix de buen clima, cultura,
arquitectura, ocio y negocios, pero por encima de su gancho está reimpulsada
por el boom turístico que vive España (aumentó un 6,7% el año pasado) como
consecuencia de la recuperación económica y los conflictos que han amputado el
turismo que iba a Turquía, Túnez o Egipto, entre otros destinos. Este llamado
‘turismo prestado’ es transitorio y desaparecerá cuando se estabilice la
situación internacional. Catalunya ganó un 8,1% de viajeros en el 2016 y
mantiene la línea ascendente. Como un pez que se muerde la cola, el auge ha
llevado a muchos catalanes a dar un uso turístico a sus propiedades,
multiplicando las plazas y diversificando los precios por toda la costa y hasta
municipios de interior cercanos a Barcelona: con semejante oferta el destino
encaja tanto para el lujo como para bolsillos low cost.
2- ¿HAY SATURACIÓN LÍMITE EN ALGUNOS BARRIOS?
Las plazas hoteleras representan -según los datos
recopilados para crear el plan especial urbanístico de alojamiento turístico
(PEUAT)- el 45,6% de las camas de la capital catalana. Pero las ubicadas en
pisos turísticos alcanzan ya otro 40%, que han eclosionado apenas en unos años.
El resto se reparten en albergues, residencias y hostales. Sucede que el 37,3%
de quienes pernoctan se quedan en el Eixample, mientras que el 17,6% lo hace en
Ciutat Vella y el 14,3% en Sant Martí, los tres distritos con más colchones y
presión viajera. Y las tres zonas coinciden también en aglutinar la mayor parte
de los intereses turísticos, en forma de iconos culturales o playas, con lo que
soportan una brutal intensidad de uso tanto de los que allí duermen como de los
casi 14 millones anuales de visitantes de un día. A estas cifras hay que
agregar los pisos turísticos ilegales, obviamente más presentes en las zonas cotizadas.
El año pasado la ocupación rondó el 95% en pisos y hoteles. La moratoria ha
cortado el grifo hotelero, pero había licencias previas que este año han traído
una docena de nuevos hoteles y con ellos más capacidad de alojamiento. Y en los
dos próximos años aún se mantendrá ese ritmo, aumentando la presión de la
convivencia, si no mejora la sección. Los vecinos de barrios afectados piden
más recursos contra la ilegalidad y el incivismo.
3- ¿SE HA DISPARADO LA TURISMOFOBIA?
El latido antiturismo lleva tres años acelerándose en los
barrios masificados de viajeros (Gòtic, Barceloneta, Born, Sagrada Família,
entorno del parque Güell…). Durante la crisis y con el paro desbocado, la
recuperación del turismo en el 2010 –había caído durante dos años- fue bien
recibida por la ciudadanía. Pero esa misma recesión llevó a muchos barceloneses
a sacar tajada del turismo y detonó el superauge de las viviendas de alquiler
por días. Cuando se cortó el grifo de las licencias en el 2014 ya había 9.664,
que suponen 58.951 camas y muchas más ilegales. El gran aumento de la capacidad
de alojamiento y los evidentes roces al albergar sin control a millones de
turistas en escaleras de vecinos dieron mucha más visibilidad cotidiana al
viajero y sus excesos, de haberlos. Se gestó un malestar que en verano del 2014
sacó a los vecinos de la Barceloneta a la calle y desató la guerra al
alojamiento ilegal, que tarda en dar frutos. Posteriormente surgieron
plataformas contra el crecimiento turístico, se organizaron manifestaciones (modestas)
y empezaron a verse pintadas antiturismo en diversos barrios. Las agresiones se han agravado este año, con
al menos media docena de casos de roturas de cristales, pintadas o lanzamientos
de huevos a hoteles la pasada primavera en el marco de manifestaciones. Hasta
los incidentes de esta semana, contra el Bus Turístic y bicis de alquiler (que
suman ya cientos de incidencias en lo que va de año) reivindicadas por el grupo
Arran, vinculado a la CUP. Los brotes de vandalismo son una minoría entre esa minoría
cabreada, con un fuerte componente ideológico, pero amplifican la sensación de
turismofobia a nivel general.
4- ¿CUÁLES SON LOS ÚLTIMOS DETONANTES?
A esa mayor presencia de huéspedes y visitantes en algunos
barrios se suma el auge de los alquileres en el último año y medio (entre el 9
y 18% según las fuentes). El propio ayuntamiento corresponsabiliza a los pisos
turísticos de reducir la oferta residencial, que se queda corta ante la
demanda, y por consiguiente impulsa aumentos de precio en las rentas
tradicionales. El sector se defiende aduciendo que de los casi 300.000 pisos
destinados al alquiler en Barcelona, 'solo' 9.664 son legalmente pisos
turísticos, más unos 6.000 ilegales. Aunque en paralelo hay dos de cada tres
compradores de vivienda en algunos barrios son inversores que quieren alquilar
por meses (no es necesario licencia) y encuentran un gran negocio en los
extranjeros que vienen por temporadas.
Pero otro ingrediente principal del cabreo es lo que se
considera la ocupación del espacio público y los servicios. Molesta que dos app
de alquiler de bicis para viajeros utilicen los anclajes públicos como punto de
recogida, que los buses y metro que llevan al centro y a las playas estén a
reventar de turistas que se benefician de la T-10 subvencionada y que el propio
litoral esté tomado. Si encima se adereza con dosis de incivismo aparece el
rechazo.
5- ¿HACE LO BASTANTE EL AYUNTAMIENTO?
El gobierno de Ada Colau, al que la oposición culpa de haber
alentado la sensación de turismofobia (desde algunas movilizaciones ciudadanas
hasta su cruzada contra la hotelería) ha impulsado este año el PEUAT, que
limita a los barrios periféricos el crecimiento (muy controlado) de camas; ha
redoblado la guerra al alojamiento ilegal, con más de 2.000 órdenes de cierre
(muchos en trámite) y la patronal de pisos Apartur afirma que tras las
inspecciones y denuncias se ha reducido en 1.076 pisos la ilegalidad. Amén de
lograr que se vayan retirando los anuncios sin licencia en portales de reserva
como Airbnb. En cuanto a movilidad, se ha eliminado el estacionamiento de
autocares en la Via Laietana y ordenado en la Sagrada Família, entre otras
medidas. El ayuntamiento también ha conseguido recaudar el 50% de la tasa
turística que impone el Govern, que grava a los viajeros que pernoctan y a los
cruceristas en escala, a los que muy pronto se sumarán los excursionistas que
llegan con turoperadores en autocar. Pero quedan sin gravar los millones de
excursionistas que llegan en tren, los vecinos reclaman más mano dura contra los
excesos en la calle y los expertos que han participado en el plan estratégico
de turismo 2016-2020 apoyan políticas más decididas de descentralización del
turismo, apenas visible en algunos barrios. Las tímidas rutas culturales en
barros más periféricos se quedan cortas.
6- ¿SE PUEDE SALVAR EL CONFLICTO DE INTERESES?
Según los sondeos municipales, el turismo es el principal
problema de la ciudad (para el 19% de ciudadanos). Y ya son mayoría (un 48,9%)
los que creen que se está llegando al límite de capacidad. Aunque un 86,7% lo
sigue viendo beneficioso para la ciudad. El turismo tiene un impacto en
Barcelona de entre 7.660 y 9.192 millones de euros al año, en torno al 12% del
PIB. Obviamente beneficia a la hotelería, la restauración, el comercio y los
servicios, pero también a cientos de actividades que dependen de estas y que se
derivan de los miles de empleos directos y una proyección mundial que redunda
en nuevas oportunidades, por no hablar del turismo de negocios, que es casi un
tercio del total. El sector empresarial -en pie de guerra- (y los expertos)
creen que no se han sabido transmitir los beneficios y, por contra, se ha
hablado mucho de las externalidades que ciertamente sufren los barceloneses:
pérdida de identidad local, invasión del espacio público, especulación
inmobiliaria, molestias, afectación al comercio de barrio... El Consell Turisme
i Ciutat tenía que ser una vía de diálogo, pero el sector se siente poco
representado. Políticamente, también faltan voluntad y consenso por encima de
partidismos y postureo ideológico para evitar morir de éxito. Y en la calle hay
división. Amor y odio.
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